domingo, 31 de marzo de 2013

LA HONRA


LA HONRA




Había amanecido nortiandola Juanita limpia; lagua helada; el viento llevaba zopes y olores. Atravesó el llano. 
La nagua se le amelcochaba y se le hacía calzones. El pelo le hacía alacranes negros en la cara. La Juanaiba bien contenta, chapudita y apagándole los ojos al viento. Los árboles venían corriendo. En medio del llano la cogió un tumbo de norteLa Juanita llenó el frasco de su alegría y lo tapó con un grito; luego salió corriendo y enredándose en su risa. La chucha iba ladrando a su lado, queriendo alcanzar las hojas secas que pajareaban. 
        El ojo diagua estaba en el fondo de una barranca, sombreado por quequeishques y palmitos. Más abajo, entre grupos degüiscoyoles y de ishcacanales, dormían charcos azules como cáscaras de cielo, largas y oloríferas. Las sombras se habían desbarrancado encima de los paredones y en la corriente pacha, quebradita y silenciosa, rodaban piedrecitas de cal.
        La Juanita se sentó a descansar: estaba agitada; los pechos -bien ceñidos por el traje- se le querían ir y ella los sofrenaba con suspiros imperiosos. El ojo diagua se le quedaba viendo sin parpadear, mientras la chucha lengüeaba golosamente el manantial, con las cuatro patas ensambladas en la arena virgen. Río abajo, se bañaban unas ramas. Cerca unos peñascales verdosos sudaban el día.
        La Juanita sacó un espejo, del tamaño de un colón y empezó a espiarse con cuidado. Se arregló las mechas, se limpió con el delantal la frente sudada y como se quería cuando a solas, se dejó un beso en la boca, mirando con recelo alrededor, por miedo a que la bieran ispiado. Haciendo al escote comulgar con el espejo, se bajó de la piedra y comenzó a pepenar chirolitas de tempisque para el cinquito.
        La chucha se puso a ladrar. En el recodo de la barranca apareció un hombre montado a caballo. Venía por la luz, al paso, haciendo chingastes el vidrio del agua. Cuando la Juana lo conoció, sintió que el cora­zón se la había ahorcado. Ya no tuvo tiempo de esca­parse y, sin saber por qué, lo esperó agarrada de una hoja. El de a caballo, joven y guapo, apuró y pronto es­tuvo a su lado, radiante de oportunidad. No hizo caso del ladrido y empezó a chuliar a la Juana con un galope incontenible como el viento que soplaba. Hubo defensa claudicante, con noes temblones y jaloncitos flacos; después ayes, y después... El ojo diagua no parpadeaba. Con un brazo en los ojos, la Juana se quedó en la sombra.

                                      ***

Tacho, el hermano de la Juanita, tenía nueve años. Era un cipote aprietado y con una cabeza de huizayote. Un día vido que su tata estaba furioso. La Juana le bía dicho quién sabe qué, y el tata le bíametido una penquiada del diablo.
—¡Babosa! —había oído que le decía— ¡Habís perdido lonra, que era lúnico que tráibas al mundo!
¡Si biera sabido quibas ir a dejar lonra al ojo diagua, no te dejo ir aquel diya; gran babosa!..
        Tacho lloró, porque quería a la Juana como si hubiera sido su nana; e ingenuamente, de escondiditas, se jue al ojo diagua y se puso a buscar cachazudamente lonra e la Juana. El no sabía ni poco ni mucho cómo sería lonra que bía perdido su hermana, pero a juzgar por la cólera del tata, bía de ser una cosa muy fácil de hallar. Tacho se maginaba lonra, una cosa lisa, redondita, quizás brillosa, quizás como moneda o como cruz. Pelaba los ojos por el arenal, río abajo, río arriba, y no miraba más que piedras y monte, monte y piedras, y lonra no aparecía. La bía buscado entre lagua, en los matorrales, en los hoyos de los palos y hasta le bía dado güelta a la arena cerca del ojo, y ¡nada!
        -Lonra e la Juana, dende que tata la penquiado -se decía-, ha de ser grande.
        Por fin, al pie de un chaparro, entre hojas de sombra y hojas de sol, vido brillar un objeto extraño. Tacho sintió que la alegría le iba subiendo por el cuerpo, en espumarajos cosquilleantes.
        -¡Yastuvo! -gritó.
        Levantó el objeto brilloso y se quedó asombrado. -¡Achís! -se dijo-. No sabía yo que lonra juera así...
        Corrió con toda la fuerza de su alegría. Cuando llegó al rancho, el tata estaba pensativo, sentado en la piladera. En la arruga de las cejas se le bía metido una estaca de noche.
        -¡Tata! -grito el cipote jadeante-: ¡El ido al ojo diagua y el incontrado lonra e la Juana; ya no le pegue, tome!...
        Y puso en la mano del tata asombrado, un fino puñal con mango de concha.
        El indio cogió el puñal, despachó a Tacho con un gesto y se quedó mirando la hoja puntuda, con cara de vengador.
        -Pues es cierto... -murmuró. Cerraba la noche.

CUENTOS DE BARRO   --SALARRUE--

BAJO LA LUNA


BAJO LA LUNA




La laguneta se iba durmiendo en la anochecida caliente. Rodeada de bosques negros iba perdiendo sus sonrojos de mango sazón y se ponía color de campanilla, color de ojo de ciego. El camalote anegado en los aguazales le hacía pestaña. El cielo brumeaba como quemazón de potrero, donde eran brasas los últimos apagos del poniente. Abajo había, en balsa de ramalada, dos garzas blancas; la una, mirando atenta la gusanera del viento en el vidrio verde de las ondas; la otra, mirando como asustada el cielo en donde apuntaba una estrella con inquietudes de escama cobarde.
Guelía a mumuja de palo podrido, a zompopera, a chira de mateplátano, a talepate y a julunera triste. Había ahogados en todas las oriyas, ahogados hamaqueantes, sobreagüeros, de troncón y de basura. En las pescaderas, las varas ensambladas estaban prietas sobre el claror, y se reflejaban culebreando guindoabajo. Pringaba jenjén y zancudo. A lotra oriya se oiba patente el butute del guauce, llamando a la pareja para beber sombra. En el escobillal oscuro de la noche, el cielo y el agua quedaban trabados, como guindajos arrancados a una sombrilla de seda desteñida. El día se alejaba, lento y cabecero, echando polvo con las patas como los toros cimarrones.
Llegada la noche, un tufo a tigre sopló los matorrales, la laguneta sonaba como una cuerda diagua a cada respiro, y de cuando en cuando se oían los chukuces de las mojarras asustadas.
La ranchería del vallecito estaba en una ensenada oscurecida de tamarindos y voladores. Había ranchos hojarasquines, y ranchos palma barrendera, coludos como pajuiles, y ranchos empalizados a través de cuyas paredes de esqueleto, la luz candilera —esa tristura de querencia nocturna— se filtraba a los patios de barro desnudo, alargándose en caprichosas luminarias.
Los chuchos empezaban a ladrar con persistencia; con su quejumbre peculiar, los tuncos revolvían las sobras de huateque bueyes forasteros habían dejado al pie de los morros, de troncos limados por las cornamentas. Una guitarra escondida roía el sueño de la noche. Venía saliendo la luna con una fogarada platera que daba gusto. La luz chele y tristona se tendía en los playones bocabajo, alagartada entre los troncos torcidos, chafando las trompas de los cayucosvarados en seco. Los jocotes botaban sus frutas de rato en rato, en el blando estiércol espolvoreado. Iban los primeros temblores de luz, estremeciendo a lo ancho el agua friolenta.

                                                                                              * * *

Con un trágico sonar de cartucheras y caitazos, el rancho de Miguel se vio rodiado por la escolta guarera. Sobre la puerta, de cuyas rendijas manaba resplandor de alma, el cabo Remigio López dio tresfierrazos con la cruz de su daga. De dentro naide respondió y la luz se apagó, dejando más en luna la entrada.
A una seña del cabo, los chicheros empezaron a culatiar la puerta, hasta que de golpe se jue en blanco. La ventana trasera estaba cuidada por tres hombres y cuando se abrió fue como la boca de una trampa. Hubo una refriega que atrajo algunos curiosos; y pronto los cuatro sacadores cogidos, salían del caserío con las ollas y los telengues al hombro.

El camino estaba como el día, y la arenita fresca acariciaba los pies. Iban los ocho de la escolta distrayéndose con los luceros; y el cabo, montado, jumando su puro, se agachaba dormilón. Sólo los presos conversaban. El cabo les oiba, perdonero.
Llegado que hubieron a las ruinas del obraje, hubo un descanso. El cabo López se acercó amigable a Miguel y le dijo:

—Esa ña Pabla Portillo de que hablaba usté, joven, ¿ónde vive?
—En Las Isletas. Es mi mama...
—¿Tiene hermanas su mama?
—La ña Dolores Portillo, de San Juan.
—Es la mía...
—Entonce, usté es Remigio López, el marido de la Felicia.
—El mesmo.
—¡Ah, ya jodimos!...
—Me vuá quedar con vos atrás, y te golvés...
Miguel sonrió apenado y se miró las manos.
Veya, primo, si me va a soltar sólo a yo, mejor alléveme.
El cabo vaciló, honorífico.
—Es que el deber, hermano... la vaina...
Como Miguel le miraba fijo y callando, el cabo López se alejó lento a la sombra oscura de una fila de isotes y llamó a los soldados, que le fueron rodeando curiosos. Al mismo tiempo Miguel se unió a los presos y les arrimó al puro de la resignación, la brasa de la esperanza.

Después de un buen rato de espera, los sacadores vieron llegar al cabo que se arrimaba caviloso. Separó enfrente, con los brazos cruzados encima de la daga. Los miró uno a uno como juido. Naide habló palabra. Lejano se oiba el río, siempre despierto. Como en trance sin remedio, el cabo dijo por fin:
— ¡Desgránense, desgraciados; no seya que me arripienta!...
Semejando cercenadas cabezas de gigantes, las ollas se quedaron sólitas junto al cerco de púas,
como diciendo: Achís, ¿qué pasaría?!...


CUENTOS DE BARRO --SALARRUÉ-- 

EL CIRCO




Se azuló la noche. En medio del solar oscuro, el circo era como una luna desinflada. Parecía la chiche de la noche,onde mama luz el cielo. Un chilguete manchaba de norte a sur el espacio y las gotitas zarpiaban el horizonte hasta laoriya del mundo.
Mito y Lencho, los dos hermanitos, miraban asombrados, por un juraco, cómo aquel siñor que le decían Irineyo Molina, se bía hecho payaso en un dos por tres. Taba sentado en un cajón, jumándose un puro, y con cara enojosade hombre. Por el hoyito se véiya bien que le daba la luz de un carburo en la cara chelosa de harina. Abajo, junto a la goliya plisada, asomaba el cuello prieto de su propio cuero. Más allá,el negro Jackson sembraba una estaca, con una almágana. A cada golpe de juelgo, la estaca se hundía un jeme. Recostado en unos lazos templados como cuerdas de violín, estaba un volatín.

Apartáte, baboso.
Peráte, quiero ver.
 —Te vuá zampar una ganchada, Chajazo.
¡Achís!, sólo vos querés mirar...
—A yo no mián dejado...
—¡Baboso, baboso, ayí entró una piernuda vesti dedorado.

 Sestá componiendo la atadera La cipotada ondeó, como un tumbo de carne; reventó en empujones y se vació sobre la carpa, derrumbando al lado diadentro un rimero de sillas. Se oyeron voces de hombre, furibundas, y pasos amenazadores. La cipotada se dispersó a la carrera, haciendo sonar con sus talones la panza de tambor del descampado. Se confundió entre el guevazo e gente silbando y riendo. Un sapurruco en camiseta, con unos grandes gatos que parecían de madera, salió encachimbado por debajo de la lona, con un acial en la mano. Llegó hasta el andén, mirando de riojo; escupió un salivazo con tabaco, y se metió otragüelta por debajo. Dos o tres chiflidos le condecoraron el fundiyo. El humo de los candiles y de los puestos de pupuseras ponía llanto en los ojos de aquella alegría. La manteca, ricién echada en las sartenas de las pasteleras, se oiba escandalosa, como cuando meya el tren. Las garrafas, en los mostradores de los chinamos, parecían jícamas de vidrio, que se bieran convertido en cocos. El guaro clarito temblaba adentro y dejaba descurrir su tujito embolón.
Las gentes iban entrando, guasonas, al circo. Daban su tiquete y levantaban la cortinenca de
añididosonde había unas letras que naide entendía, porque naide leyiya en el pueblo.
Una bandita descosida empezó a sonarse, allí dentro, debajo diaquel gran pañuelo. La buyanga sizo mayor, y las gentes empezaron a codearse por entrar a coger puesto.
Por tercera vez sonó la campanilla; aquella campanilla que daba güeltegatos de plata en la alfombra de la ansiedad. Un silencio profundo se agachaba, cargado de corazones, como una rama de mango. De una patada se abrió el telón de los secretos; una pelota de colores vino rodando hasta el centro del picadero, y, con un grito de sollozo burlón, el payaso se irguió amelcochado, bonete en mano, con algo de piñata y algo de barrilete. De golpe se descolgó, en el redondel, la cortina de tablitas del aplauso.

Vestidos a medias y de medias, los volatines y volatinas, en escuadrón, avanzaron marciales, con los brazos cruzados sobre el pecho y sonriendo con sonrisa postiza. Detrás, en dos caballencos ahumados como los del carrusel, que llevaban colas de gallo en la frente, venían las masonas, vestidas de espumesapo y sentadas, con una nalga, en el mero chunchucuyo de los caballos. Cerrando chorizo, iba un chele vestido dentierro, con un chiliyo bien largo; y un viejo bigotudo, jalándole las narices a un pobre oso medio bolo. Más detrás iban los guachis, con cotones de colores llenos de chacaleles. La música sonaba, toda ella, chueca y destemplada, como mocuechumpe.

                                                                                  ***

En aquel pueblo de niños, sólo los cipotes se bían quedado ajuera. Ispiaban por onde podían, subiéndose algunos hasta las puntas de los cercanos jocotes, contentándose con ver el bailoteo de unoquiotro trapo de color, o el relámpago misterioso de las lentejuelas en las mecidas de los trapecios.
Los niños ajuera, los grandes adentro... El circo era como la felicidá, que se la cogen aquellos que menos la quieren. Los cipotes se conjormaban viendo la alegriya luminosa, por un hoyito, entre tablas y piernas oscuras. Mito y Lencho, los dos hermanitos, se bían retirado dionde bían miradores, porque lestaban rompiendo toda la camisa. Sin embargo, cada granizada de aplausos los empujaba de nuevo a la carpa. De chiripa se hallaron un juraquito bajero, que los otros no bían incontrado. Con el dedito inano lojueron haciendo más grande, y miraban por turnos.  Cuando más extasiados estaban, mirando, mitá y mitá que la piernuda caminaba sobre el alambre como sobre el viento, un guachi, con una tablita, los cogió de culumbrón, soñadores e indefensos. Les dio con todas sus juerzas, el bandidojalacolochones; y ellos, dando alaridos, salieron corriendo y sobándose la nalga, ardida como con plancha caliente. Fueron a contarle a la mama; y la mama cogiéndolos debajo de sus alas desplumadas, maldijo al miserable:

—¡Disgraciado, quiá de pagarlas un diya en los injiermos!

Lencho rumió, en su corazón de niño perdonero, aquella frase; y, tras un rato de silencio, preguntó:

Mama, ¿yen el injierno habrán hoyitos para mirar lo que andan haciendo en el cielo?...

CUENTOS DE BARRO --SALARRUÉ--

LA CASA EMBRUJADA


la casa embrujada


Los mosquitos se prendían en el silencio, como en un turrón. El tejado, musgoso y renegrido, era como la arada en un cerrito tristoso. El viento había sembrado allí una que otra gotera fructífera, con ráices diagua y flores redonditas de sol, que caminaban por el suelo y las paredes del interior. La casavieja taba dijunta, enderrepente.
Según algunos vecinos, aquel abandono se debía a que laija del viejito Morán, que vivió allí, bíamuerto tisguacal. El maishtro Ulalio decía que era porque espantaban: "Sale el espíreto de la Tona",decía; "yo luei visto tres veces: chifla y siacurruca; chifla, y se acurruca: después, mece las mangas y sedentra en el platanar".
Ño Mónico, que estaba loco de una locura mansita —porque hablaba disparates muy cuerdamente.
—, decía con el aire de importancia y superioridad que lo caracterizaba:

—¡Ah..., no señor..., nuai tales carneros aloyé, nuai tales!... Siesque vinieron los managuas, despacito..., y cerraron las puertas cuando era al mediodía, aloyé. Dejaron adentro a la Noche, que bíavenido a beber agua descondidas del sol. Allí la tienen enjaulada, aloyé, y la amarraron con una pita ematate. ¿¡Cómo se va!? Sestá pudriendo diambre: ya giede, aloyé, ¡ya giede!  Pasa ispiando por los juracos de la paré; y, cuando nuentran sapos, aguanta hambre. Dende aquí sioyen a veces los destertores de la goma. Se va en friyo, aloyé. Un diya destos va parecer la yelasón derretida por las rindijas. Los managuas la vienen a bombiar todos los diyas, con ronquidos diagua, para joderla más ligero, aloyé...

Los zopes no se paraban nunca en el tejado. A veces el gavilán le hacía un pase, con su cruz de sombra; y dicen que la casa se encogía y pujaba. Taba embrujada. De noche se oiba el juí,juí de una hamaca. Un chucho, que llegó un día a oler la casa, salió dando gritos de gente por el monte y montado en su cola.

Las hojas enormes de los majonchos le hacían cosquillas a la casa con las puntas. Sus sombras, enforma de cejas, se mecían en las paredes, que parecían hacer muecas nerviosas. En un ventanuco queestaba en la culata una araña había enrejado, por si abrían... Las hormigas guerreadoras le habían puesto barba en una esquina. De cuando en cuando, una teja desertaba en el viento. Una tarde en que Ulalio seacercó, le hablaron desde adentro. Puso atención, y oyó la voz, sin entender las palabras: "era como quevaceyan un cántaro" decía, "me dentro un friyo feyo en el lomo y salí a la carrera".

Una vez pasó cerca el cura. Le pidieron consejo y él quiso ir a ver la casa del embrujo. Se apió; y, remangándose la sotana, fue al platanar con Ulalio, la Chana y Julián.

—¿Quién vivió allí?
—El viejito Morán y suija que murió de lumonía. Otros dicen que taba tubreculosa.

El cura llegó hasta la mediagua. Los panales empezaron a confesar su misterio. Abrió sin temor las puertas desvencijadas. El cadáver de la noche, que había quedado recostado en la puerta, se derrumbó hacia afuera. Instintivamente, todos dieron un paso atrás. Rápida, como un rayo de carne, una culebra negra y brillante salió y se perdió en el monte. Los sapos venían saltando hacia afuera, como piedrasvivas. Entre los ladrillos verdosos, las rueditas de plata de las goteras se habían hecho hongos. El airejediondo casi se agarraba con la mano. Una botella olvidada había ido apagando su brillo de puro terror.
El cura mandó a Julián por escobas y empezó a jalar los acapetates con una vara. Se desgajaban, haciéndose tierra. De aquella rama sombría del techo, los murciélagos se desprendían, como hojas, o sevolvían a colgar, como frutas pasadas.
El cura estuvo toda la tarde limpiando la casa. Bendijo un tarro de agua y lo regó por todas partes. Sacó un libro y susurró latines. Clavó una cruz de palo en un pilar y ordenó que se dejaran abiertas las puertas para que oreara, que se desenmontaran los contornos, que se cogieran las goteras, se plantaran flores en el suelo y se colgaran macetas de las vigas.
Días después, el cura pudo ver la casa resucitada. El patio liso y barrido, las enredaderas trepándose por las paredes y las macetas colgadas de las vigas. Sonriente y gordo, palmeó en la espalda de Ulalio y le dijo:

—¿Conque, embrujada, eh?...
—¡No creya Padre, entuavía sioye un bisbiseyo!.

CUENTOS DE BARRO --SALARRUE--

LA BRUSQUITA




LA BRUSQUITA




El rancho de Polo quedaba allá donde empieza a trepar el volcán, al pie de unos caragos jloridos, al jaz de la vereda que lleva onde Meterio Ramos, cerca del cantón Guaruma. Entre pedrencos morados, hecho con paja de arroz y palma, el rancho miraba pa bajo, pa bajo, por encima de los grandes potreros del Derrumbadero, hasta el río Guachote quiba haciendo así, así, hasta perderse en la montaña. Encorralado en un requiebre, entre cocos y platanares, estaba el pueblo. Eran todas las casitas blancas y estaban echadas con los ojos abiertos. Como ganado arisco en desparpajo, iban allá los cerros atrompesándose unos con otros, o encaramándose al dir de brama.
La señá Manuela, la partera, dejó el guacal de café en la hornilla apagada, sobre el polvito azul de la ceniza, y con un palito encendido prendió la cabuya de su cigarro. Con un ojo apagado por el humo, le dijo a Polo para cerrar plática:

—Ve vos, yo sé lo que te digo: nuai más dolor quel de parir...

Polo asintió, con sencilla nobleza de irnorante. Se despidió la vieja y se fue; y el indio, que vivía solo allí, descolgó la guitarra, como quien apecha la tristeza sin temor; y liayudó al cielo a dir pariendo estrellas en la tarde.

                                                                      * * *
De allá de la carretera, de bien abajo, venía cargando con ella. La bían arronjado diun utomóvil. Él bíavisto el empujón y el barquinazo. Iban todos bolos y ella lloraba a gritos. Cayó en pinganiyas, y, dando una güeltereta, sembró la cara en el lodo y se quedó aletiando. Él la pepenó y, como no había dónde, se la llevó cargando al rancho; cuesta arriba, cuesta arriba, sudoso y enlodado. Ella sangriaba y sequejaba. Por dos veces la bía apiado para que arrojara. Arrojaba un piro espumoso y hediondo y diay sedesmayaba.
Entró con ella apenas; la puso en la cama y empezó a lavarle la cara con un trapo mojado. A la luz del candil vido, al ir borrando, que tenía la cara chula. El pelo lo andaba al jaz de la nuca; era blanca y suavecita, suavecita como algodón de ceiba. Cuando abrió los ojos vido que los tenía prietos y brillosos, como charcos diagua en noche de relámpagos.

                                                                      * * *
Se quedó allí mientras se curaba. Había pasado una goma feya, que le bajó con chaparro. Con la sobada que le dio en la pierna, bajó la hinchazón. Podía apenas dar pasitos, renqueando y quejándose. Pasaba todo el día tirada boca arriba en la cama, descalza su blancura y triste el negror de sus ojos que le sonreiban agradecidos. Se dormía, se dormía..., y él la veiya desde el taburete, medio envuelta en el perraje, con el pelo en la cara, acuchuyada toda ella, dándole el redondo de su cuerpo con un abandono que le hacía temblar y herver. Cuando estaba projunda, él se acercaba y se inclinaba. Guelía ansina como una jlor de no sé qué, con un perjume que mareya y que da jiebre. Pero Polo sabía, en su sencilla nobleza de irnorante, que nuay que conjundir la caridá...

                                                                       * * *
—Usté, ¿dióndés?
—¿Yo?..., de la capital... —¿Por qué la embolaron y larronjaron?...
—Por bandidos que son. Les pegué en la cara y les di de patadas y entonces me aventaron los malditos...


Polo quería decir algo, quería sacar ajuera el ñudo que se le bía hecho en la garganta; pero no salía: era como una espina de pescado y no salía más que por los ojos. Ella lo miraba sonriente. Para animarlo, le dijo:
—¿Qué no me mira que soy «brusca»?
Él no comprendió aquel término urbano. ¡Ah, si lo hubiera dicho con P, qué feliz habría sido!

—¡Qué brusca va ser usté!...

Ella respetó aquello que creyó ser una ilusión de pureza. Él sin duda la tomaba por niña.

                                                                            * * *
Se separaron en el crucero de los caminos. Allá en el plan. Se miraron fijo un rato, mientras cantaban los pijuyos. Ella le cogió las manos y se las besó, se le atrinquetió en el pecho, y ligerito, le dio un beso en la cara y se alejó renquiando. Él quedó como sembrado. Rígido como trotón de cerco, mirándoladirse, pelona y chula, chiquita y blanca. Cuando descruzó, lo voltio a mirar parándose un momento y le dijo adiós con los dedos. Él, sin juerzas casi, le meció la mano.

                                                                              * * *

Sentado en la piedra, frente al rancho, miraba baboso y juido del mundo, cómo venían, por los
potreros del Derrumbadero, los toros tardíos cabeceando y mugiendo, como si empujaran un trueno.
En la puerta del rancho la señá Manuela, la partera, cansada de hablar sola, se encumbró el último trago de café hundiendo la cara en el guacal y sentenció siempre al igual:

—Yo sé lo que te digo: nuay más dolor quel de parir...

Con sencilla amargura de irnorante, el indio dejó de hacer cruces en la arena, y de un golpe clavó con furia el corvo en el tronco del carago. Cayeron jlores

Pedro Geoffroy Rivas


Pedro Geoffroy Rivas (Santa Ana, 16 de septiembre 1908 - San Salvador, 10 de noviembre 1979) fue un poeta, antropólogo y lingüista salvadoreño.

Rivas, estudió en México en la UNAM. Fue un notable antropólogo y lingüista. Su obra poética marca un hito en desarrollo poético salvadoreño. En 1944 fundó y dirigió el periódico salvadoreño "La Tribuna". Durante sus exilios vivió en Ciudad de México. Poeta rebelde, individualista, casi anarquista, incorporó en su poesía la libertad de expresarse abiertamente sin temor a prosaísmos o giros "antropocentric os"; esto último para él no existe siempre que sea poeta quien pulsa la palabra. Su obra está influenciada por Pablo Neruda, pero aun así, hay instantes en que Rivas pulsa una cuerda muy personal, y, su poesía adquiere lucidez, presencia emocionada de un poeta que sabe decir su mensaje. Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua

Obras [editar]

    * Poesía:
          o Canciones en el viento, (1933).
          o Rumbo (1935).
          o Para cantar mañana (1935).
          o Solo Amor (1963)
          o Yulcuicat (1965).
          o Cuadernos del Exilio
          o Los nietos del jaguar (1977)
          o Vida, pasión y muerte del antiheroe (1978)

    * Antropología y Lingüística
          o Toponimia náhuat de Cuscatlán (1961, corregida y aumentada 1973)
          o El español que hablamos en El Salvador (1969 y 1975)
          o El nawat de Cuscatlán - Apuntes para una gramática Tentativa (1969)
          o Mi Alberto Masferrer (1953)
          o La lengua salvadoreña (1978)

David Escobar Galindo




David Escobar Galindo (4 de octubre de 1943) es un poeta, novelista y jurista salvadoreño nacido en Santa Ana, El Salvador. Es Doctor en Jurisprudencia y Ciencias Sociales, graduado de la Universidad de El Salvador, Fundador y Rector de la Universidad "Dr. José Matías Delgado", y columnista habitual del diario La Prensa Gráfica. Entre 1990 y 1992 participó en la Comisión gubernamental negociadora del proceso de paz que puso fin a la Guerra Civil de El Salvador.

Es miembro de número de la Academia Salvadoreña de la Lengua; ganador de los Juegos Florales de Quezaltenango, Guatemala en la rama de Poesía en 1980,1981 y 1983; y ha sido nombrado Hijo Meritísimo de la Ciudad de Santa Ana.

Es considerado uno de los autores más prolijos y reconocidos de la literatura salvadoreña. Su obra publicada comprende los poemarios Cornamusa (1975), El Libro de Lilian (1976), Sonetos penitenciales (1980), Árbol sin Tregua (1996), Oración en la Guerra (1989) El venado y el colibrí (1996) y la novela Una Grieta en el Agua (1972). Además ha preparado varias antologías poéticas como El Árbol de Todos, Lecturas Hispanoamerica nas (1979) y Páginas Patrióticas Salvadoreñas (1988).

Serafin Quiteño



Serafin Quiteño (Santa Ana, 1906 - San Salvador, 1987) Poeta y periodista salvadoreño. En el ámbito periodístico, firmó muchos de sus escritos con el pseudónimo de "Pedro C. Maravilla". Hombre de formación autodidacta, publicó sus primeros poemas la revista cultural Lumen, dirigida por los poetas Joaquín Castro Canizales y Rafael Cuéllar.

Su presencia en el panorama intelectual centroamerican o le permitió relacionarse con numerosos artistas y escritores con los que formó el denominado grupo "Cactus". Allí militaban algunas plumas de la talla de Salvador Efraín Salazar Arrué ("Salarrué"), Alberto Guerra Trigueros, Jacinto Castellanos Rivas, Salvador Cañas, Emma Posada, Mercedes Viaud Rochac y, entre otros, los hermanos José y Luis Mejía Vides.

Colaboró con numerosos medios de comunicación de su país desde mediados de los años veinte, como el Diario de Occidente, El Salvadoreño y Queremos. A finales de dicha década asumió la dirección de un suplemento humorístico (El Tarugo) que, inserto en el rotativo El Espectador, se convirtió en una de la publicaciones satíricas más difundidas en su entorno centroamerican o. Editó además el semanario titulado El Señor Diablo. Sin embargo, los escritos periodísticos que más fama le granjearon fueron sus artículos en El Diario de Hoy, donde durante dieciséis años mantuvo vigente una columna diaria titulada Ventana de colores.

Desde 1950 a 1956 Serafín Quiteño ocupó la vicepresidenci a de la Asamblea Legislativa, desde donde realizó gestiones destinadas a la promoción cultural (entre las que destaca la fundación de la Dirección General de Bellas Artes). El reconocimiento de sus méritos literarios y su dedicación pública le hizo merecedor de numerosos honores, premios y distinciones. Retirado de los círculos culturales y políticos salvadoreños en su vejez, pasó sus últimos años en su finca "El Ángel", de Ayutuxtepeque.

Álvaro Menéndez Leal (Álvaro Menén Desleal)




Álvaro Menéndez Leal (Álvaro Menén Desleal) nació en la ciudad de Santa Ana, el 13 de marzo de 1931. Ingresó a la Escuela Militar “General Gerardo Barrios”, de la cual fue expulsado cuando cursaba el tercer curso (1952), debido a un poema "subversivo" que publicó en La Prensa Gráfica.
 
Ingresó a la redacción de El Diario de Hoy (enero de 1953), rotativo en el que colaboraba desde 1950. En agosto de 1953, fue detenido y fichado en el cuartel central de la Policía Nacional, acusado de conspirar contra el régimen del teniente coronel Óscar Osorio.
 
Realizó una gira como boxeador peso mosca por las arenas de Guatemala y las del México provincial, hasta que llegó a debutar en la Arena Metropolitana del distrito federal. De su primera estancia en este país emanó un poemario existencialist a, titulado El extraño habitante (México, 3AM), iniciado en marzo de ese mismo año y publicado en San Salvador, diez años después.
 
En agosto de 1955, reingresó a la redacción de El Diario de Hoy y dirigió, por corto tiempo, las breves, críticas y humorísticas secciones Paso doble y Paso ganso, así como las páginas de Filosofía, arte y letras creadas por el finísimo poeta Ricardo Trigueros de León.
 
El 7 de septiembre de 1956 fundó Tele-Periódico, el primer noticiario televisivo de El Salvador, transmitido al mediodía y en horario nocturno por YSEB canal 6. Durante sus meses iniciales, bajo el patrocinio de la casa comercial Freund, este espacio televisivo contó con un Suplemento cultural o sección dominical de promoción para las artes y las letras, así como con un periódico anexo, impreso en la ciudad de México mediante la técnica del rotograbado.
 
Después, Menéndez Leal creó Tele-Reloj, un espacio noticioso que fue transmitido por YSEB canal 6 y YSDR canal 8, en sus horarios del mediodía mientras que Teleperiódico ocupaba las transmisiones nocturnas. En mayo de 1957, retomó la dirección de las páginas literarias dominicales de El Diario de Hoy. En 1961 se inscribió como estudiante en la carrera de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de El Salvador (UES).
 
Desde la Universidad de El Salvador, colaboró con la revista Vida universitaria y el viernes 30 de junio de 1961 fue declarado ganador de varios premios en el Certamen Cultural Universitario Centroamerican o, patrocinado por la Asociación de Estudiantes de Derecho (AED). Esos premios fueron el "Vicente Sáenz" por su ensayo ¿Es lícito matar al tirano?, el "Juan Ramón Molina" por su poemario Duro pan, el exilio y un galardón por su cuento La caída, revelador de su experiencia en el desastre aéreo paraguayo
 
En octubre de 1961, obtuvo otros galardones en el primer Certamen Cultural Universitario, promovido por la Asociación de Estudiantes de Humanidades de la Universidad de El Salvador. En dichos eventos, obtuvo, compartidos, el primer premio poético "Oswaldo Escobar Velado" por su trabajo Poesía para pintores (haikús); la máxima presea de cuento "Arturo Ambrogi" por La espera y el segundo galardón de ensayo, designado "Marcelino García Flamenco" por Testimonio sobre Vallejo.
 
En febrero de 1962 fue nombrado catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de El Salvador. Cinco meses más tarde, se hizo acreedor a dos premios del XI Torneo Cultural de la Asociación de Estudiantes de Derecho (AED): el Premio "Alberto Masferrer" de Ciencias Sociales -por su trabajo Barrio alto y barrio bajo.
 
Entre su obra editada se encuentra, La llave (cuento, San Salvador, 1962); Cuentos Breves y Maravillosos (cuento. Libro premiado con el Segundo Lugar en el Certamen Nacional de Cultura, 1962); El Extraño Habitante (Poesía, San Salvador, 1964); El Circo y otras Piezas Falsas (Teatro. Revista La Universidad, San Salvador, 1966); Luz Negra (Teatro: Primer Premio compartido, Juegos Florales Hispanoamerica nos de Quezaltenango, Guatemala, 1965); Ciudad, Casa de Todos (Ensayo: Segundo Premio Certamen Nacional de Cultura, San Salvador, 1966); Una cuerda de Nylon y Oro (Cuento: Primer Premio en el certamen Nacional de Cultura, San Salvador, 1968); Revolución en el País que edificó un Castillo de Hadas (Cuento: Primer Lugar en el Certamen Centroamerican o Miguel Ángel Asturias, del Consejo Superior Universitario Centroamerican o, Coosta Rica, 1970); La Ilustre Familia Androide (Cuento, Argentina, 1972); Los Vicios de Papá (Cuento, San Salvador, 1978); La bicicleta al pie de la muralla (Teatro, San Salvador, 2000); Tres novelas cortas y poco ejemplares (San Salvador, 2001).

Francisco Antonio Gavidia Guandique




Francisco Antonio Gavidia Guandique nació en la ciudad de San Miguel, un 29 de diciembre entre 1863 y 1865.

Poeta, cuentista, dramaturgo, historiador, musicólogo, ensayista, pedagogo, filósofo, politólogo, periodista, orador, crítico literario y traductor. Es uno de los más altos representantes de la cultura nacional y su obra alcanza dimensiones enciclopédicas, ya que casi abarca todos los ámbitos del Humanismo. 

Colaborador literario y político de revistas y periódicos de América y Europa, fue fundador de la Academia de Ciencias y Bellas Artes de San Salvador (20 de mayo de 1888), del periódico de los jueves El semanario noticioso (1888), del club La evolución (de tendencia parlamentaria, 1890) y del Partido Parlamentarist a (1895). 

Fue director del diario La prensa libre (San José, Costa Rica, 1891-1892, periódico aún existente), corredactor de El bien público (Quezaltenango, 1892-1894) y autor del folleto Los emigrados (San José de Costa Rica, s. f.), fungió como redactor del Diario oficial (1894), director de Educación Pública Primaria (1896) y ministro de Instrucción Pública (1898). 

Catedrático de la Universidad de El Salvador (que lo nombró Doctor Honoris Causa, en 1941), fundador del Ateneo de El Salvador (1912) y de las Academias Salvadoreñas de la Historia (febrero de 1925) y de la Lengua (en septiembre de 1952, fue nombrado director honorario de esta última institución cultural, en la que ocupó la silla G). 

Director titular (1906-1919) y honorario de la Biblioteca Nacional, catedrático de la Escuela Normal de Señoritas (1890), del Instituto Nacional de Varones (después INFRAMEN) y de la Universidad de El Salvador, que, posteriormente, lo nombra Doctor Honoris Causa. Además, fue miembro de la Comisión de Cooperación Intelectual de El Salvador —dependencia de la Sociedad de Naciones, antecedente de la Organización de las Naciones Unidas (ONU, 1948) ―, del Comité de Investigacione s Folklóricas y Arte Típico Nacional (1943), vinculado con el Ministerio de Instrucción Pública 

Algunas de sus obras, publicadas en limitadas ediciones, son: Poesía (cuadernillo poético, San Miguel, 1877), Versos (1884); Ursino (drama, 1887); Júpiter (drama, 1895); Estudio y resumen del `Discurso sobre el Método' de Descartes (1901); Tradiciones (sobre la obra homónima de Ricardo Palma, 1901); Conde de San Salvador o el Dios de Las Casas (novela, 1901) y El cancionero del siglo XIX (¿1929-1930?), formado por traducciones de fragmentos de famosas composiciones operéticas en francés, inglés, italiano y alemán. 

También son de su autoría 1814 (ensayo histórico, 1905); Obras (tomo I, de gran formato, 1913); Cuentos y narraciones (1931); Héspero (teatro, 1931); Discursos, estudios y conferencias (1941); La princesa Citalá (teatro, 1946); Cuento de marinos (narración en verso, 1947) y Sóteer o Tierra de preseas (poema épico, 1949), quizá su obra maestra. En 1961, la Dirección General de Publicaciones del Ministerio de Educación publicó una Antología de sus poemas, prologada por Luis Gallegos Valdés. 

Entre 1958 y 1969, el conocimiento de su vida y obra se vio favorecido con la publicación de varios ensayos y trabajos investigativos, entre los que se destacan Gavidia, el amigo de Darío (de José Salvador Guandique, dos tomos), Gavidia y Darío: semilla y floración del mo-dernismo (de Cristóbal Humberto Ibarra), Gavidia: poesía, literatura, humanismo (de Mario Hernández Aguirre), Gavidia, entre raras fuerzas étnicas (de Juan Felipe Toruño), Francisco Gavidia, la odisea de su genio (de Roberto Armijo y José Napoleón Rodríguez Ruiz, dos tomos. Esta obra obtuvo el primer premio del Certamen Nacional de Cultura, 1965) y Magnificencia espiritual de Francisco Gavidia (trabajo biográfico redactado por su nieto, José Mata Gavidia).

Como fruto de los trabajos compilatorios de Mata Gavidia y Cañas-Dinarte, la bibliografía gavidiana se ha visto incrementada con la publicación de Obras completas (poesía, San Salvador, Dirección de Publicaciones del Ministerio de Educación, tomos I y II, 1974 y 1976) y la próxima aparición de Teatro (San Salvador, Dirección de Publicaciones e Impresos-CONCULTURA, en prensa).

La más extensa bibliografía y hemerografía gavidianas fue reunida por Víctor René Marroquín y divulgada por la revista Anaqueles (Biblioteca Nacional, San Salvador, 1970). Durante las últimas tres décadas del siglo XX, su autor actualizó esos listados y escribió un libro, aún inédito.